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Lunes, 10 12 2018
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Frente Amplio - Algunos apuntes sobre lo que cambió en las últimas décadas y lo que aún debe cambiar

Los hechos desmienten la machacona prédica de la oposición de que el FA se mantiene aferrado al pasado. No obstante, hay notorios retrasos en la renovación ideológica del partido de gobierno.

En el Frente Amplio (FA) se reconoce ahora, sin mayores resistencias internas, que la vigencia mundial del régimen capitalista, al que no puede sustraerse un único pequeño país, hace inevitable que las transformaciones a las que aspira tengan que procurarse por ahora en ese marco.

También hay en el FA una generalizada convicción en cuanto a que la democracia tal como existe en Uruguay es una conquista fundamental y no un medio hacia una forma “superior” de sociedad, sin perjuicio de lo cual se exige su permanente superación.

Tras la dictadura hubo una revaloración de la democracia, que incluye el compromiso de profundizarla, lo que también ayudó a muchos frenteamplistas a encarar la autocrítica con relación a cuestiones ideológicas que se concebían como “intocables”.

De todos modos sobre temas muy importantes persisten diferencias dentro del FA, lo que determina que algunas definiciones no terminen de plasmarse en documentos oficiales. Pero ningún sector entre los más influyentes de la coalición niega explícitamente lo resumido precedentemente.

La nacionalización de la banca y del comercio exterior, la reforma agraria mediante expropiaciones, la ruptura con los organismos multilaterales, entre otras medidas de los primeros programas del FA (algunas de las cuales también se incluían en “Nuestro compromiso con usted”, la plataforma de 1971 del líder nacionalista Wilson Ferreira Aldunate), desde hace tiempo no están en el orden del día de los intercambios programáticos del FA y no son consideradas principios, como sucedía en otros tiempos con algunas de esas medidas.

Hoy existen diferentes visiones sobre las zonas francas o la inversión extranjera directa, por ejemplo, pero aun los más críticos admiten que son temas a examinar. Incluso quienes las resisten, no las rechazan por razones de principios, como antes.

Los acuerdos fundacionales del FA, explícitos o implícitos, hacían imposible que se dijera que en la Unión Soviética no había democracia y que se violaban los derechos humanos. El tema no existía en los documentos oficiales, que sí eran fuertemente críticos con Estados Unidos. Actualmente un frenteamplista en cualquier reunión orgánica condena los crímenes de lesa humanidad perpetrados en los extinguidos regímenes de Europa del este.

También se puede discutir sin mayores sobresaltos si Cuba es o no una dictadura, aunque en las declaraciones públicas del Frente no hay condenas al sistema. Antes solo había elogios o, a lo sumo, silencios.

En ningún documento oficial del FA hay identificación expresa con las orientaciones de gobierno de otros países. Incluso las referencias a Cuba, cuyo sistema socialista fuera otrora una bandera para muchos frenteamplistas (no para el FA como tal), se centran en el repudio al bloqueo, pero no se expresa en resoluciones o declaraciones del FA identificación con el sistema económico y social de la isla.

Hoy, en cualquier reunión entre frenteamplistas se puede criticar duramente al gobierno de Venezuela sin que el asunto vaya más allá de un intercambio de opiniones. De hecho la mayoría de los sectores de la coalición se ubican ideológica y políticamente lejos del llamado “socialismo del siglo XXI” propugnado por los gobernantes venezolanos y muchos lo han manifestado mediante duras declaraciones públicas.

Es cierto, el mundo ha cambiado. Ciertas cosas ya no pueden sostenerse. Pero el FA también ha cambiado.

Danilo Astori, uno de los dirigentes que más ha insistido en que el FA debe profundizar mucho más en el proceso de actualización ideológica, ha dicho que, pese a los retrasos, gobernar el país le dio un gran impulso a la renovación. Obligó al Frente a conocer aspectos fundamentales de la realidad que no se había planteado cuando era oposición.

Tuvo que enfrentarse a tareas que lo ayudaron a asumir responsabilidades relevantes, entre ellas las que se norman por el sentido republicano e institucional, y a dar respuestas políticas a asuntos que otrora ni figuraban en el programa. La lista es muy extensa.

Por lo tanto no tiene sentido desconocer estos cambios en la principal fuerza política del país, la que ha acumulado más experiencia en los últimos años, la que tiene mayor elaboración teórica y más respuestas a los problemas de nuestra época.

No significa que esas respuestas hayan sido todas válidas y que no se requiera repensar muchas cosas. Pero, en general para bien, los principales cambios ocurridos en el país a partir de la recuperación de la democracia han sido impulsados, a nivel político, por el Frente Amplio.

Los resultados se pueden discutir, pero no la magnitud de las transformaciones. Que ese proceso no haya mantenido su impulso de manera constante -cosa bastante difícil, si no imposible- no significa que, tras casi tres quinquenios de gobierno nacional del FA, el país no haya cambiado tal vez como ninguna otra nación latinoamericana en lo que hace a varios ítems económicos, sociales y políticos fundamentales por su incidencia positiva en la vida de la población.

Pero, como se ha señalado, eso no significa que el FA no tenga retrasos importantes en su proceso de renovación y elaboración programática, que aparejan trabas en la tarea de gobernar y que han impedido la adopción de medidas necesarias para desarrollar el país.

En numerosos artículos de vadenuevo, de manera especial de Gonzalo Pereira Casas, se ha profundizado en los retrasos ideológicos de la izquierda y las trabas que ellos han significado para el gobierno[1].

Si el FA no mantuviese notorias contradicciones internas y estuviese más avanzado en su renovación, sus bases programáticas no tendrían tantas páginas. No habría que recurrir a sutiles recursos de formulación de textos para conformar a todos.

Y como, pese a ello, muchas veces no se logra un pleno acuerdo, hay que contemplar las diferentes posiciones en distintos párrafos (o, a veces, en el mismo), lo que da lugar a contradicciones.

De todos modos se ha ido logrando lo que alguien ha llamado el “progreso manuscrito” del Frente. Algo tal vez inevitable, y mejor que el trancazo definitivo. Pero la marcha es lenta, y eso complica.

Por lo tanto, no estamos ante la incapacidad para gobernar que le endilgan al Frente los opositores, que no han querido que en sus propios partidos se superen viejas concepciones propias de fracasadas experiencias del siglo pasado, ni con un Frente desplegado en toda su potencialidad de cara a los nuevos desafíos del siglo XXI.

Así como reconocer lo logrado ayuda a continuar avanzando, no superar los “lastres” puede conducir a una gran frustración, como ocurriría con el desdibujamiento de las metas, el rebajamiento de las exigencias, el debilitamiento de las fortalezas políticas y éticas que han caracterizado al FA.

Eso sería una frustración para el país y para quienes han depositado esperanzas en esta valiosa experiencia uruguaya, por varios motivos diferente a las que, con otros resultados, se han intentado en otros países de la región[2].

Referencias

[1] Ver de Gonzalo Pereira Casas la serie subtitulada "Si quedamos en la administración del capitalismo perdemos la batalla; ellos son mejores gerentes del capitalismo", en los números 25, 26, 27, 28 y 29 de vadenuevo y en el nº 4 de esta revista “La pesada herencia del ‘socialismo real’. Tirar el lastre inútil”, accesible aquí.

[2] En un artículo del Nº 97 de vadenuevo, de octubre de 2016, Rodolfo Demarco cuestionó que el progresismo latinoamericano sea concebido como una corriente; más allá de algunos rasgos comunes, se trata, según el autor, de partidos o frentes y gobiernos que tienen entre sí diferencias sustantivamente importantes (que se han reflejado en los resultados económicos, sociales y políticos) como para que puedan ser categorizadas como formando parte de una misma corriente.